Hijas del Ángel: Iratze y Yoru
MALEC
Alec dejó caer su luz mágica. La luz se apagó y cayó de rodillas, escarbando en el sueño entre la basura y la suciedad, la arena debajo de las uñas. Por fin algo se iluminó ante sus ojos, y se levantó para ver a Magnus ante él, con la luz mágica en su mano. Brillaba y parpadeaba con una luz de extraño color.
"No debe encenderse así," dijo Alec, de forma automática. "Para cualquier persona, menos para los Cazadores de Sombras."
Magnus lo extendió. El corazón de la luz mágica brillaba un rojo oscuro, como el carbón de un incendio.
"¿Es por tu padre?," preguntó Alec.
Magnus no respondió, sólo inclinó la piedra rúnica en la palma de Alec. A medida que sus manos se tocaron, su cara cambió. "Estás muy frío."
"¿Lo estoy?"
"Alexander..." Magnus lo atrajo hacia sí, y la luz mágica oscilaba entre ellos, su color cambiaba rápidamente. Alec nunca había visto una piedra rúnica de luz mágica hacerlo antes. Apoyó la cabeza contra el hombro de Magnus y dejó a Magnus sostenerlo. El corazón de Magnus no palpitaba como el de un humano: era más lento, pero constante. A veces, Alec pensaba que era la cosa más firme en su vida.
"Bésame," dijo Alec, inclinando la cabeza hacia arriba; los ojos de Magnus eran tristes y ensombrecidos, e ilegibles.
Magnus llevó su mano al lado de la cara de Alec y suavemente, casi distraído, pasó el pulgar a lo largo de los pómulos de Alec. Cuando se inclinó para darle un beso que olía a madera de sándalo. Alec aferró la manga de la chaqueta de Magnus, y la luz mágica, que estaba entre los dos cuerpos, estalló en colores rosa y azul y verde, mientras sus labios se tocaron.
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